Ay Budapest, Budapest…
¿Qué se
podía esperar de un viaje a las tierras de una persona locuela y disparatada?
Pues unas aventuras no menos rocambolescas…
Desembarcamos en el aeropuerto más allá de medianoche (esta vez, sin
percances). Para variar no teníamos ni papa de buses nocturnos, y sí muchas
ganas de llegar ya a nuestro destino, nos metimos las cinco en un pseudo-taxi con un hombre que nos enseñó algunas
palabrejas en húngaro. El polaco no es suficientemente complicado para nosotras,
así que allá que nos lanzamos con una lengua aún más compleja si cabe!
Creo que nos
quedamos con dos palabras, Köszönöm y egészségedre (gracias y ¡Salud! ...lo más primordial, vaya).
Llegamos a la calle....y para no variar
con la tradición, pues tocó perdernos de nuevo. Pero no es nuestra culpa si les
da por saltarse números y ponerlos desordenados! Finalmente, unas cuantas
vueltas después y algún que otro grito desesperados... llegamos a la
macromansión de la M. Redeu! Y nosotras nos creíamos en un palacete... Creo que
me iré a vivir una temporada a Budapest sólo por tener un pisaco así (no
exagero si digo que es más o menos el piso de mis sueños...eso sí...el mío
estaría más limpio...ejem)
Y nada, reposar y al día siguiente a
recorrer la ciudad de un extremo a otro.
La temperatura, más que veraniega (rozando
los 30º !) nos acompañó durante todo el viaje. Fue tal el cambio para nuestras
translúcidas pieles polacas...que tuvimos que bañarnos en crema solar para no
acabar como gambones. Pero bueno, para variar las dos blancuchas europeas del
grupo terminamos socarradas....
Para mí (y
creo que para la mayoría de gente que visita Budapest) lo mejorcísimo son los
bordes del Danubio…con sus paseos ribereños, sus puentes (menos el Erzsébet híd, que es muy feo), las vistas… ¡Una delicia!
No traicionaré a mi querido Vístula en Varsovia, que siempre va a estar en mi corazón, pero hay que reconocer que el Danubio se las trae..
No traicionaré a mi querido Vístula en Varsovia, que siempre va a estar en mi corazón, pero hay que reconocer que el Danubio se las trae..
El Szabadság Hid, (puente de la libertad)
de color verde, es uno de los más bonitos. Fue el primero que vimos y cruzamos,
hasta llegar al parque de la Citadella .
Es una colinilla repleta de árboles y verde desde la que se disfrutan unas
vistas alucinantes (Río y Parlamento incluídos).
Subimos
también a la loma con el castillo y el Bastión
de los Pescadores -que se llama así porque fueron pescadores los encargados
de defender esa parte de la ciudad durante la Edad Media…no porque ahí tuviera
lugar algo así como el Tribunal de las Aguas Húngaro, como intenté tramarme
(pero resultó creíble). Es preciosa esa terraza con sus torres blancas…y más
aún con los arboles en flor para rematar.
Y es que en
esa ciudad, por cosas bonitas no será. Si no es el Mátyás-templom, con su tejado de colores, es la Szent
István-bazilika o
cualquiera de las catedrales y edificios con los que te puedes ir chocando…
Otra vez entré en estado saturación de belleza.
Y parquecitos, también hay una buena
colección (por qué no cogería Budapest de destino Erasmus che…) : la Isla Margarita es un parque-isla en medio
del río (la hubiera disfrutado más si no hubiera sido por un percance
intestinal provocado por un risotto pudento…), el Városliget, con sus edificios de imitación (una delicia
para los turistas de “Yo y monumento”) y sus arbolillos y flores …
Vamos, que la pobre A. se lo pasó bomba con su alergia al polen…
Por supuesto, hicimos la visita
de rigor a las Termas (Széchenyi): para variar, me había formado una
imagen mental previa tan deslumbrante (con columnas infinitas y techos dorados…)
que claro, un pelín me decepcionaron. Primero, por mi pequeña animadversión
hacia los lugares con agua demasiado saturados…que me recuerdan a ollas exprés
llenas de garbanzos flotando en un mar de crema solar… Y luego, porque dentro
no es el estilo catedral gótica que esperaba. Peeero bueno, que estaban
bien de todas formas. Da su gustito meterse en piscinas a 38º y sentir cómo vas
entrando en ebullición. Para los amantes de las saunas, las había a 80º (creo
que no estoy exagerando…literalmente la gente salía chamuscada). Yo hice la
prueba de meterme en una, y nada más entrar mis gafas se empañaron a lo Betty
la fea. Eso, sumado a un deshonroso tropezón, me acrecentó bastante mi ojeriza
hacia las saunas.
Algo que me encanto, fue la Ópera: tanto el edificio (Bien
recargadito, con sus alfombras rojas y sus detalles dorados-rococó) como la
obra que vimos, Tosca. Toda una experta en Puccini me estoy haciendo ya. (Creo
yo que toca ya una etapa de ópera alemana)
Hasta
prismáticos dorados y champagne en el entreacto. Musho nivé.
Para comer, pues además del
obligado Gulash (como en todos los
países de la zona…pero esta vez en sopica) , tomamos Kürtöskalács (el típico rulo, o zurullo como dice C.)
Desaconsejo
el risotto (por el incidente previamente
mencionado) y también hacerse la intrépida probando una tal sopa de manzana con nata.
Los helados
en forma de flor están bien, y también las sopas para llevar ultrabaratas!
Ahora bien,
si hay que quedarse con algo, me quedo con las ya mundialmente conocidas alitas de pollo con coca-cola made in T. (T. de Taiwan y de Tina).
Y es que de
cenusca de cumple, pues no podía falta ese genialidoso plato. También tortilla
de patatas (me sale con forma de tortilla y todo) y guacamoleee!
Y sí, los 23 añacos, pues los
cumplí en Budapest. Rodeada de unas locuelas de cuidado, con muchas, muchas
risas y unos bailes de reggaetón que abochornarían a la propia vergüenza. Fue
perfecto.
Sissí en su salsa. |
En
cuanto a pubs y baretos, la M. es toda una experta. A todas nos encantó Szimpla, una terracita decorada de
forma muy curiosa, algo destartalada, con cachivaches por todos lados y un
ambientillo muy bueno. Ah! Y como no, el
Corvintetto, toda una institución en
Budapest. Nunca llegará a la altura de mi amado Jerozolima, pero reconozco que
no está mal.
Hay una
plazoleta (Erzsébet tér) con mucho ajetreo durante las cálidas noches
húngaras. Recuerda a las noches en Valencia, con gente por todas partes bebercio
en mano… la verdad es que apetece que llegue
esa temperatura en Varsovia para poder pasear por la calle sin ir castañeando
los dientes ¡!
Y nada, terminamos la visita con unas insuperables vistas del río (sí,
algo obsesionada con los ríos estoy) al atardecer y una noche infernal en el
aeropuerto (los buses nocturnos no están muy allá en Budapest). Sinceramente, me
quedé con las ganas de ver alguna exposición o mención a uno de mis fotógrafos
preferidos, Kertesz. Pero nada. En
Viena explotaban de lo lindo a Klimt y en Hungría, ni una mísera postal de mi
querido artista!
Ahora de nuevo estamos en
Varsovia. Ya más calurosilla, con flores y solete.
La ciudad ha
cambiado radicalmente: hay vidilla nocturna por la calle, gente sonriente
paseando por los parques, carritos de bebés y niños correteando…
Ya contaré
todos las peripecias que estamos haciendo estos días por aquí!
Adèu!
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